Hoy me levanté temprano y tras desayunar me puse a hacer la maleta. Cuando Ama vino a darme los buenos días, al verme atareado preparando mi partida me preguntó si había mirado por la ventana. Algo desconcertado por su pregunta le respondí con una negativa y me dijo que fuera al salón. Me bastó con correr los visillos para comprender lo que quería decirme. Afuera nevaba. Nevaba como hacia años que no veía en Madrid. Así que una vez terminé de empacar mis cosas, me cogí la cámara y me fui a dar una vuelta por el Retiro, antes de que escampara.
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Pero no fue necesario andar con prisas, más bien hacerlo resultaba peligroso, pues sólo a última hora de la mañana dejó de nevar. Hubo un momento, mientras resbalaba en mi descenso por la calle de Espalter, que temí no poder volver hoy junto a Alicioshka, de tan nevadas ―a esa hora empezaba a helarse y se tornaban resbaladizas― como estaban las aceras Más tarde, sentado ya cómodamente en mi asiento, mientras contemplaba la meseta nevada, recordé el proverbio: «Año de nieves, año de bienes.»
¡Qué así sea!
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